He tenido la oportunidad de ver por televisión en directo el Juramento del Presidente Obama, en su segundo mandato.
Una vez más, ese gran país hizo un montaje lleno de imagen a difundir envuelto todo ello en el más puro marketing de primer orden.
En seguida ha habido comentaristas que han señalado el despilfarro que supone tanta parafernalia en los tiempos de crisis y penuria como los que corren. Desde una perspectiva humanitaria podría incorporarme a este punto de vista, pero lo americanos no dan nunca una puntada sin una contraprestación.
Por mucho que haya costado “el gran montaje”, su retrasmisión ha sido difundida a cientos de millones de personas que conocemos más la estructura democrática de aquel país que la propia, a veces.
América, sabemos es el país de las oportunidades (dicen), pero también el de las mayores desigualdades sociales: a la puerta de cualquier gran hotel o centro comercial existe un mendigo en busca de limosna solidaria.
Lamentablemente este contraste se produce también en nuestro propio país, salvando las distancias económicas, pues cuando uno sale de un restaurante o de realizar una compra, alguien, silenciosamente, golpea nuestra conciencia pidiendo una modesta ayuda que nos hace -por lo menos a mí- recapacitar al instante en la desigualdad de las oportunidades. Y puedo confesaros que cuando esto me ocurre ya no disfruto de la compra que he realizado.
Con frecuencia voy a Embassy a comprar un pan de molde especial con el que desayuno. Y en la puerta siempre hay una amable educadísima señora, de cuarenta-cincuenta años, que solicita ayuda en forma de limosna. Y además, resulta que me conoce, pues me llama por mi nombre.
Siempre le doy mi atención económica y siempre me recuerda que no le olvide en un posible puesto de trabajo por modesto que sea: ella no quiere pedir, sólo quiere trabajar.
Éste no es un caso aislado en mi vida cotidiana, pues por mi carácter y la facilidad de acceso a mi persona, mucha gente me escribe, me llama… Me pide en definitiva mi intercesión para un posible trabajo.
¡Cómo me gustaría que en mi mano estuviese el poder de hacer felices a todas estas personas! Consolándome el hecho de que ayudo a cuantas puedo y trato de trasladarles mi comprensión y buen deseo.
Vivimos en unos momentos, queridos amigos lectores, en que una mirada acompañada de un gesto puede hacer que alguien sea momentáneamente feliz.
Debemos pensar (yo lo hago a diario) que uno, aún lleno de problemas, es un privilegiado que camina en un estrato social que le es favorable. No siendo justo, lo juro, la desigualdad tan señalada que existe entre muchos de nosotros.
Con frecuencia nos ofrecen publicaciones “para ser felices”, “para hacerse amigos”, “para desarrollar nuestra personalidad”… Y hay un método que siempre he practicado, día a día y que me ha ido muy bien: desde que salgo por la mañana de mi casa saludo y me intereso por cuantos conocidos, empleados y amigos me encuentro. En mi saludo afectuoso deseo trasladarles mi interés por ellos mismos, facilitándome enormemente mi relación para con ellos.
Intentad ser amables con todo el mundo y sabiendo escuchar podremos observar que estamos colaborando con una sociedad más solidaria.
Hoy me he extendido demasiado y prometo ser más breve, pero cuando me dirijo a vosotros, posibles lectores desconocidos, pero ya amigos, no soy consciente del tiempo. ¡Hasta mañana!
Un cordial saludo
Enrique Cornejo