Lleva uno conociendo en este duro año 2013 la desaparición de un montón de amigos que, durante tanto tiempo, han formado parte de mi vida.
Yendo de viaje por carretera la radio -siempre es el medio más veloz de comunicación- me azota con la muy triste noticia del fallecimiento de José Luis.
Se ha escrito, se escribirá, mucho sobre la alta personalidad de este gran amigo en la sociedad madrileña, en la española… Mi mejor homenaje es recordarle en tantas gratas situaciones como he podido vivir en su compañía, todo ello envuelto en cuarenta años de amistad.
José Luis ha tenido múltiples atenciones conmigo. Una de ellas fue la de ofrecerme un hermoso azulejo en su bodega de Rueda (Valladolid). Me colocó entre Don Juan de Borbón y Julio Iglesias ¡ahí es nada! De las magníficas instalaciones de esta singular bodega tengo dos extraordinarios recuerdos: haber podido admirar una maravillosa biblioteca dedicada a la gastronomía y los vinos (una de las primeras en España), así como un museo -digo bien, museo- de esculturas y pintura de distintas escuelas que muestran la enorme sensibilidad que este gran triunfador de los negocios siempre tuvo.
Y como final a cuanto antecede, a la entrada de su museo un monolito de piedra castellana sobre el que descansa una vitrina dentro de la cual está el resorte, la característica de la humildad. Una de tantas virtudes que siempre le adornó, pues dentro de esa vitrina se exhibe orgullosamente una caja de zapatos, de limpiabotas, muy pequeñita porque José Luis comenzó su andadura con esa caja teniendo él catorce años.
Si es importante valorar el triunfo de las personas en lo que representa su esfuerzo, es ADMIRABLE destacar la fe, el ahínco y la profesionalidad en el trabajo, pero lo es aún más cuando el triunfo descansa en un origen motivo de lucha y superación.
He mantenido veladas con él en su restaurante de Rafael Salgado durante años. Y un común amigo de ambos, Eduardo Aguirre, embajador de Estados Unidos en España en aquella época, nos ofreció vivir una experiencia inolvidable a bordo del portaaviones Roosevelt, al que llegamos cuando surcaba aguas mediterráneas en Grecia en un avión militar de combate.
De aquella experiencia inolvidable como digo me permito adjuntar a estas líneas una fotografía para nosotros histórica.
Todo el mundo le va a echar de menos. Naturalmente su familia, su querida esposa a quien tanto respeto, y sus hijos, todos, permitiéndome destacar a María José a quien considero tan amiga mía como lo fue su padre.
Y en unos momentos en los que nuestra sociedad no tiene más remedio que encontrar su escala de valores, el ejemplo de José Luis Ruiz Solaguren forma parte de ese caudal de valores que todos añoramos. Y siempre, siempre, le voy a llevar en mi corazón.
Cordialmente.
Enrique Cornejo